Vivir...

3 jul 2016

Podía sentir mis caja torácica contrayéndose, estrujando mis pulmones chamuscados y estrechando mi ya cicatrizado corazón. Mi pecho se tensaba y me sentía incapaz de respirar, como ocurría a menudo. Abrí la boca en un intento por coger aire, y por un instante, consideré parar ahí. Por un instante, consideré no coger aire. Por un instante, consideré acabar con mi existencia, en ese lugar y en ese momento. Eso era todo cuanto quería, para ser sincera. Quería no existir más. Quiero creer que no quería morir realmente, pero sé con certeza que realmente no quería existir en ese momento. No quería exactamente vivir...

Vivir....

Es un concepto divertido, cuando pienso en ello. ¿Acaso estaba siquiera viviendo? ¿Acaso estaba siquiera viva? Sentía que a penas estaba existiendo en el mundo. Era una mota de polvo en un universo en rápida expansión hecho de galaxias. Incluso sacar a relucir mi existencia era suficientemente extremo, ¿pero decir que estaba viviendo? ¿decir que estaba viva? Incluso el concepto era demasiado radical para mí en el momento. No podía sentir nada. No estaba viva. Era insensible hasta el punto de que cuando me duchaba, tenía que tener la temperatura del agua al máximo para poder sentir el insoportable y, a la vez, reconfortante dolor. No estaba viva. Estaba meramente existiendo. 
Cogía un poco de aire y podía sentir mi pecho tensándose incluso más en un intento de rechazar el oxígeno que estaba destinado a entrar a mis pulmones e infectar mi sistema circulatorio. Mis rodillas por fin se rindieron al peso de la carga que mi alma soportaba y me caí al suelo. Sentía mi respiración temblorosa, mis pulmones me estaban traicionando. Mis ojos estaban abiertos; pero, aún así, no podía ver. Mi corazón latía; pero, aún así, la sangre que corría por mis venas estaba helada. Mis manos, aunque sabía que probablemente estaban intentando agarrarse al suelo en un intento por mantenerme en tierra, estaban insensibles. Abría la boca en un intento por chillarle a Dios, si es que acaso estaba ahí, y preguntarle por qué tenía que vivir - o, más bien, existir - en esta vida, por qué tenía que sentir este maldito dolor. Las palabras no consiguieron salir de mi boca, era como si mi lengua fuese insensible por los años de guardarme las palabras. 
Por primera vez en años, reconocí el desolador sentimiento de una lágrima lentamente deslizándose por mi mejilla, y mis pulmones por fin se colapsaron dentro de las puntiagudas paredes de mi caja torácica. Mi corazón por fin explotó por la incontenible presión de esas paredes estrechas. 
Exhalé mi alma de mi pecho roto. Dejé que el oxígeno - la vida- se fuera de mi, y sucumbí al silencio una vez más, mi voluntad por luchar comenzó a apagarse, y mi deseo por existir empezó a desvanecerse.

No hay comentarios:

Publicar un comentario